lunes, 7 de enero de 2013

DIA DE ANIMAS

EL EJÉRCITO TENEBROSO


 Uno de los placeres más agradables en la vida es caminar a través de un bosque: podemos disfrutar del sutil juego de luz y sombra, el canto de distintas aves que se mantienen invisibles al ojo humano, ocasionalmente vistazos de algún que otro animal silvestre… Pero estos placeres se trocan en aterradores en la oscuridad de la noche. Se magnifican los sonidos; el romper y pisar una rama en el suelo nos sacude los sentidos, y el temor de “ser atrapados y devorados” se convierte en una horrenda realidad.
 Y todo ello es culpa de los herthelingi, o lo que es lo mismo “ la Compañía de los Muertos”, nombrada de esta manera en honor el rey Herla. Así me lo confesó mi preceptor Walter Map, archidiácono de la catedral de Oxford:
 –Rubén, cuídate de estos seres. Los campesinos están más que acostumbrados a ver las espeluznantes procesiones nocturnas de “largas filas de soldados en silencio absoluto” que se abren paso por la noche, con carromatos de repletos de botín, bestias de carga, caballos de guerra y hasta barraganas.




 Yo tenia conocimiento de su existencia por medio de un manuscrito de Ordericus Vitalis, un monje de Saint Evroul, en el que cuenta la historia de un sacerdote que regresaba a su casa después de haber administrado la extremaunción a un parroquiano. Pudo ver una procesión de figuras sollozantes que se movían lentamente, guiadas por un gigantesco guerrero. Detrás de las figuras venían portadores de féretros y más inquietante aún, mujeres a caballo cuyas sillas de montar claveteadas brillaban en la oscuridad. El cura, según Ordericus, jamás había creído en los herlethingi, pero después de haber visto personas en la comitiva cuyas muertes no estaban en duda, cambió su opinión del todo.
 Debe confesar que había nacido en mí un tremendo deseo de averiguar más sobre este ejército de las tinieblas y mi mente no hacía si no urdir la forma de llegar a poder verles directamente y seguidamente huir antes de que cualquier maldición lanzada por ellos me llegara. Estos planes se los iba transmitiendo a mis amigos y recuerdo que en una de las conversaciones que mantuvimos, Efrén me había dicho con voz preocupada:
 —- Mira Rubén, hurtar caballos vivos y otros animales de la malsana procesión para utilizarles nosotros puede conllevar el riesgo de una muerte repentina y prematura.



 Más la suerte parece que se alió con nosotros, puesto que pasados unos días, una noche los monjes del monasterio de la colina pasaron urgente aviso al Regidor de nuestra aldea comunicándole que a lo lejos habían comenzado a sonar trompetas y llegaba un atronador ruido producidos por cascos de caballos, lo que confirmaron algunos hombres dignos de confianza.
 De esa manera los vecinos empuñamos las armas preparados a plantar cara a estos seres tenebrosos. Toda la población deseábamos acabar con aquella pesadilla costara lo que costase, y así apostados convenientemente, primeramente oimos rugir al viento entre los árboles aunque el tiempo estaba calmado, produciéndose a continuación la aparición fantasmal de perros negros de presa aulladores que escupiendo fuego descendían del oscuro cielo, lo que dió paso a la visión de los no muertos sobre caballos blandiendo sables y puñales al tiempo que de sus gargantas salían desgarradores alaridos. 
 Pero no contaban con la reacción de los habitantes de la aldea, que al unísono les lanzaron todo tipo artefactos encendidos que iban impactando sobre sus cuerpos que rápidamente eran consumidos por la llamas, y de esa manera la macabra procesión completa se fue desvaneciendo en el aire.
 Posteriormente, la Iglesia se pronunció sobre las procesiones de este ejército de tinieblas, explicando que éstas “formaban parte del ciclo de castigo del pecado”,  y que estaba compuesta por niños que murieron sin bautizar, suicidas, las víctimas de homicidio, los adúlteros y “aquellos que profanaron un ritual religioso o no ayunaron en Cuaresma“.

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